Dormir solo o acompañado. Están los que disfrutan la cama compartida y la cucharita y los que la sufren. El calor, los ronquidos, los movimientos involuntarios del otro o simplemente el no tener un espacio propio lleva a que muchos empiecen a pensar en implementar el “sleep divorce”. Descansar en camas separadas o hasta en diferentes dormitorios es algo que, de a poco, comienza a ganar terreno en parte del mundo. Según un estudio realizado por Sleep Council británico y citado por el diario La Vanguardia, el porcentaje de personas que hoy duerme en camas separadas aumentó del 8% al 12% en cinco años. El mismo relevamiento asegura que casi un cuarto de las parejas elige el descanso por separado aunque sea parte de su tiempo.
“Más población, menos espacio”, dice Any Krieger, psicoanalista de APA experta en vínculos. Según ella, con la modernidad nació la cama matrimonial. “Los reyes no dormían en la misma cama ni en la misma habitación. Hay un tema migratorio. Del momento en el que los campesinos se mudaron a las ciudades y tuvieron que construir casas más compactas”, señala Krieger y destaca que si bien en sus orígenes compartir ese espacio no tuvo que ver con el amor, con el tiempo se resignificó. “Hoy es el espacio compartido en el que la pareja puede estar en su mayor intimidad”, advierte.
Sin embargo, afirma que la tendencia existe y que una de las grandes limitaciones tiene que ver con lo económico. “No es lo mismo vivir en 200 metros cuadrados que en 50. El dinero influye”, insiste. Y remarca que dormir separados puede favorecer a la pareja. “Siempre es bueno tener espacio para uno. Dormir solo es más cómodo y puede alimentar fantasías y juegos eróticos, hacer que las parejas vuelvan a la situación de los reyes y el palacio, a buscar al otro en su habitación. Además, es una manera de evitar el desgaste propio de la rutina”, agrega.
Luis Alberto Domínguez, psicólogo clínico y sexólogo, señala que no es tan fácil de implementar en nuestro país. “En otros sitios, los jóvenes se van de la casa de sus padres a los 18. Acá hasta los 34 viven con ellos. La noción de familia es diferente y, por lo tanto, también la de pareja”, sostiene.
“Hay un tema de espacio físico que torna imposible el dormir separados pero también una cuestión mental. Se piensa más en la familia que en la pareja, las obligaciones hacen que no haya posibilidades de pensar en lo placentero. Incluso hay un montón de parejas separadas que, por lo económico, siguen viviendo juntas”, cierra Domínguez.